O te lo ganas a pulso o no
te lo has ganado lo suficiente. Nunca fui fácil. Nunca le baile el agua a nadie
ni le dije lo que quería oír. Amada por ello y detestada por lo mismo. En
realidad me importa poco porque cada vez que abrí un poco el corazón quise demasiado.
Hasta decir: “basta, ya empieza a dolerme”. Como todo lo bueno o endulza o
amarga. Llega un punto en que el amor se rompe. Yo diré que lo rompió el y el
dirá que fui yo. Lo cierto es que es lo mismo quien hiciera con lo nuestro
añicos. Supongo que fuimos ambos poco a poco. Todas las veces que tú te
callaste y todas las veces que yo creí entenderte. En realidad llego un punto
en que deje de entenderte lo mas mínimo. Yo llorando frente al mar y tú de pies
en la montaña. ¿Te das cuenta? Hasta para eso somos diferentes. Aunque no
tanto. Ambos necesitábamos aire fresco. Yo llorando en casa y tú haciéndote el
fuerte fingiendo que, en verdad, te importaba poco. ¿Sabes? Aún sigues
haciéndolo. Hay días en que no sé muy bien por que pero me doy cuenta de que has
intentado cambiarme una y otra vez. Rubias, morenas, castañas, más guapas y más
feas… Por lo que parece desde fuera me da pena. Sí, Pena. Pero no tú. La
situación. Tu eterna manía de buscar desconsoladamente todo lo que ya tenías en
lugares donde no vas a encontrarlo. De no ser así ya habrías dado con algo
bueno, aunque puede que no mejor. Cogiste tu bici y volaste. Dijiste que
necesitabas cambiar de aires. Creí entenderlo, amor. El problema es que siempre
tuviste complejo de golondrina. Y el problema no es que te fueras, es que
acabaras regresando. Y la mayor catástrofe de todo es que ni si quiera puedo
jurarme y perjurarme que no estaré esperándote.